viernes, 19 de octubre de 2007

La mosca casi radioactiva




Cuando una mosca nace, sabe que está destinada a morir en pocas horas. Si tiene suerte puede vivir durante algunos días completos, siempre y cuando cuente con habilidades especiales en el vuelo acrobático, una visión alineada y no le preocupe posarse sobre cualquier porquería que se le aparezca.

Así de la misma forma en que mueren, nacen otras por montones y a cada rato, en especial cerca de los desechos orgánicos o cuando algún ser viviente ha pasado a mejor vida. Pero al igual que en todos los nacimientos y las especies, siempre nace alguien que rompe el esquema, que se sale del molde. De esta situación tampoco están exentas las moscas bebés.

Uno de sus principales enemigos de las moscas son los humanos, exterminadores naturales dotados con un arsenal lleno de imaginación que incluye periódicos arrollados en forma de garrote, libros usados, trapos o cualquier objeto aplastante que se tenga en la mano. Inclusive fueron los inventores de un aniquilador instrumento que lleva por nombre “matamoscas”.

Un día nació una mosca que no quería ser como sus hermanas. Desde pequeña, desde muy pequeña se quejaba de lo difícil que era ver con sus 18 000 mil ojos e insistía en conseguirse un diseño de lentes capaces de acomodarle la visión hacia un solo objetivo, ya estaba harta de ver la misma imagen como si se tratara de un interminable cuarto de espejos que siempre repetían la misma imagen. Tampoco no soportaba carecer de párpados y esa costumbre natural de su especie de frotarse los ojos con las patas para mantenerlos limpios.

También era media fina en el comer y solamente le gustaban los platillos de esos que llaman gourmet. Dicho de otro modo era la única mosca del mundo que comía a la carta y en ocasiones se imaginaba a sí misma aprendiendo a comer con tenedor y cuchillo.

Sus extrañas costumbres la llevaron irremediablemente al callejón de las burlas y los comentarios negativos. A ella poco le importaba lo que decían sus hermanas, primas y parientes más lejanas, a la mosca que quería ser diferente le interesaba ser glamorosa, porque sabía que la vida es corta, más aún en el caso de las que llevan el apellido Díptero.

La esencia de su especie solamente se reflejaba en dos mandamientos que se impuso a sí misma: el primero; las personas se convierten en el enemigo público número uno cuando se vuela intensamente cerca de sus rostros. Esta molesta acción los activa como máquinas asesinas. Lo segundo; las moscas que vuelan por las mesas de los restaurantes de la clase alta terminan aplastadas con estilo o flotando en piscinas de sopas mortuorias.

La mosca de este cuento se hizo adulta y eso que solamente habían pasado tres días desde que nació. Terca como ninguna, continuó comiendo solo delicias y volando irremediablemente por los alrededores de una casa de una familia de clase alta. Ella descubrió que la basura es el mejor ejemplo del poder adquisitivo de la gente.

En la casa en que fue adoptada, -obviamente sin el consentimiento de sus inquilinos- la mosca comía como siempre soñó y por sus patas peludas nunca pasaba un mal olor de algo descompuesto, más bien verdaderos manjares. Llevaba cuatro días invictos... ningún humano la había perseguido o intentado adelantar la muerte de su corta vida. Es más, era la única mosca de una casa, en la que nunca se veían cucarachas, ratas o menos aún moscas desaseadas. Pero ella era única, más bien demasiado limpia.

La búsqueda de la inmortalidad y un mal consejo de una mosca que se coló por la ventana, atraída por un durazno a medio terminar dejado sobre el desayunador por el menor de los humanos de la familia. La intrusa le dijo: -“¿Por qué eres la única mosca en la casa?

-“No lo sé... Siempre he sido una mosca solitaria, distinta a las demás, en especial porque no me gustan las porquerías y aunque como alimentos sanos, mi salud no se ha deteriorado. Aunque he de confesar que le temo a la muerte natural” confesó el insecto volador.

El visitante era conocido por su astucia y por ser el más bromista de las moscas de la ciudad, famoso por sus mentiras, pero ante todo se caracterizaba por ser un embustero. Le ofreció una alternativa para la vida eterna: convertirse en una mosca radioactiva.

Sorprendida y viéndose mutuamente a los ojos contestó revoloteando sus alas: -¿Cómo cumplo mi sueño?. Volando a un milímetro de uno de los azulejos que adornaban las paredes de la cocina. Ambas estaban de cabeza gracias al poder ventoso de sus patas.

La embustera voló hacia el moderno microondas de la cocina y le explicó que las moscas se hacían “radioactivas” si se aguantaban durante treinta segundos dentro de uno de estos aparatos humanos. Los beneficios de ser radioactivo incluían vivir mucho tiempo y la capacidad de volar más rápido que ninguna. Añadió a su mentira que debía esperar silenciosa a que alguien calentara algo en esa caja de calores y abriera la puerta para colarse. Tenía que hacerlo sigilosamente.

La mosca mentirosa se fue pensando: “Por fin nos desharemos de esta inadaptada social”. Dibujó una sonrisa maliciosa en su trompuda boca (pues los insectos, cualquiera que sea también tienen la habilidad para reírse) y se fue volando por la ventana en la que entró, apostando que en pocos minutos una mosca achicharrada adornaría el piso de un microondas humano como un punto negro en una pared blanca recién pintada.

La trampa surtió efecto. Debía comprobar la teoría y valía la pena cualquier riesgo para lograr el objetivo, cargadito de energía radioactiva, pero ante todo de abundancia de vida, algo que para una mosca era todo un privilegio.

Esperó con paciencia a que la puerta fuera abierta por algún enemigo público. Luego de veintiséis minutos de espera y cerca de las cinco de la tarde, al mayor de los hermanos se le ocurrió calentar un trozo de lasaña. Lo sacó del refrigerador y lo introdujo en el horno. No tardó ni cuatro segundos abriendo y cerrando la puerta. La mosca esperaba adentro su destino. Se corría el riesgo de que calentara el pedazo de pasta más de medio minuto... algo que sería mortal. Pero el enemigo fue amigo por treinta mágicos segundos...

La mosca sintió que se le tostaban las alas, pero no dejó de volar adentro del microondas. Cerró sus múltiples ojos como quién pide un deseo. Por fin se abrió la puerta de la esperanza y la sugestión de la mente provocó efectos poderosos.

Ella voló tan rápido, tan rápido, tan rápido que rompió el Guinness Récord en la categoría de insectos voladores y registró velocidades superiores a los 6000 centímetros por hora. Parecía un cometa zumbador.

Recorrió la cocina en círculos, la sala, los dormitorios, trepó por las escaleras, bordeó la casa por afuera en tan solo 5 segundos. Volaba casi a la velocidad de la luz e increíblemente impulsado con el motor de la sugestión de sentirse radioactivo. Pero algo quedaba por comprobar: su inmortalidad.

Pensó en retar a un sapo gordinflón que había en el patio que se acercó a la casa por la humedad de las lluvias. Le pasó por su cabeza, tórax y abdomen enfrentarse a los humanos de la casa y volarles a alta velocidad por el rostro, enojarlos e inclusive quedarse inmóvil a propósito para resistir cualquier embate asesino. No le preocupaba, pues la radioactividad era sinónima de vida eterna, por lo que –según ella- era inmune a los golpes poderosos.

A eso de las 8 llegó el hermano del medio, el universitario, el que estudiaba zoología en la Universidad. Llegó con su novia para cenar. Ambos prepararían juntos una receta de tortellini.

Al verlos, la mosca se propuso hacerles la velada una pesadilla. Esperó que cocinara, prepararan la mesa, se sirvieran y se sentaran. Luego sería la más necia de todas, haría mucho ruido y se posaría en la nariz de ambos comensales. También volaría cerca de sus rostros con velocidad y en círculos para sembrar la semilla de la ira. Lo hizo y la semilla germinó-

De todas formas y como el cazador planea una estrategia para darle muerte a su presa, la pareja de novios luego de varios intentos planteó una estrategia: atraparían al necio bicho en una copa de vino, pero no solo eso, llenarían la mencionada copa con alcohol de noventa, luego la vaciarían para dejar el olor impregnado en el vidrio. Una vez caída en la trampa, marearían a la presa y “por si las moscas” le meterían a la copa una candela encendida de esas redondas que ponen en las iglesias para pedir un favor.

En un santiamén la pareja de novios asesinos consiguieron todo para capturar al enemigo. Aunque fallaron en los primeros dos intentos, finalmente lo lograron. Lo que nadie sabía, ni siquiera la mosca embustera, los novios, el durazno a medio comer, ni la misma zoología, era lo que pasaba finalmente al mezclar la ansiedad, la ira, la parafina, el alcohol de noventa, el fuego y una mosca inadaptada dorada treinta segundos al microondas.

La mosca en la copa explotó y dejó una huella dorada de su existencia. En realidad logró ser una mosca radioactiva y vivió un par de días más que el promedio de su familia.

Luego de la cena y la planificada muerte del insecto, ambos se reían del desenlace de la mosca mientras lavaban los platos sucios. Extrañamente, a la copa de la mancha dorada no se le quitaba el recuerdo de la mosca radioactiva, por más que la restregaban con jabón especial. Algo quedaba de vino en botella y decidieron usar las copas de nuevo, aunque una estuviera ligeramente sucia.

La novia sirvió un poco en la copa de mancha dorada y bebió un sorbo. Mientras le servía el poco líquido que quedaba le dio un beso a su amado como muestra de que eliminaban bien moscas como equipo.



De repente la novia perdió tamaño y forma: se redujo a una mosca por tomar vino donde no debía y se puso a volar en una casa que ya conocía. Él corrió con misma suerte pero a medias... solamente tenía cabeza de mosca y cuerpo de humano. El hombre con cabeza de mosca buscó a su novia insecto y mientras la buscaba, cerró la puerta de golpe y nunca volvió a saber de ella. Él quedó aplastado por las páginas de un libro de cuentos gigante que dobló la casa como un origami y desapareció a todos los protagonistas de esta historia. Antes de cerrarse para siempre, el gran libro dejo salir un sonido, un zumbido, quizás similar al de las moscas cuando vuelan por los aires, cuando escapan de los humanos. Sin embargo, para aquellos que tienen el oído afinado, aquel ruido sonó distinto... se parecía al sonido de una mosca casi radioactiva que escapaba a alta velocidad.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Pàra que vea que yo si leo sus textos!!!!, me gustó mucho, tiene un aire kafkiano!je je. Esta muy creativo y divertido!!!, escribir es definitivamnete su charco. quiero leeer más todavía así que tiene mucho trabajo!!
suerte
la hermanilla

wílliam venegas segura dijo...

Ahí le dijeron que tiene un aire kafkiano y yo lo sentí como un cuento con reminiscencias de National Geographic; lo cierto es que está bien jarocho y a uno le gusta mucho, descrito con mucha normalidad literaria e imaginación igualmente jarocha.

wílliam venegas segura dijo...

Pregunto: ¿El tema serviría para un corto?

Evey dijo...

Genial, me encantó. Asi es como se escribe, Luisillo,adelante.!!!

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Me hizo recordar los "Cuentos de Amor de Locura y de Muerte" de Quiroga. No pude dejar de leer hasta llegar al final.