martes, 9 de octubre de 2007

La búsqueda de tus ojos...






Un día de tantos, Él decidió dejarse enmudecer con una causa justa: encontrar los ojos de la mujer a la que le daría su amor con la pureza verdadera que viene del alma. No volvería a hablar de nuevo, hasta que por sus ojos se cruzara como la mejor de las coincidencias, unos ojos que fueran capaces de dejarlo inmóvil y que le permitieran con su brillo ver la eternidad cada vez que los tuviera de frente.

Para cumplir con su sueño, se puso la tarea de lanzarse al mundo a observar miradas y encontró un universo de formas de ver que le parecieron interesantes y profundas. Si bien a lo largo de su vida se topó con ojos hermosos de compañeras, amigas e inclusive una que otra transeúnte logró detenerlo en medio de la multitud, solamente por el destello de miradas pícaras insuficientes.

Su búsqueda iba más allá de si fueran achinados, rasgaditos, grandes, intensos, melancólicos o sutiles, se trataba más bien de un asunto con un cometido que marcaría la historia de su vida. La dueña se los ojos que buscaba sería la dueña de su corazón. También le importaba poco que fueran verdes, azules, negros o grises, del color de la miel o alguna otra variedad que se da cuando la luz del sol es más intenso. Lo que quería era un par que fuese capaz de provocarle un terremoto al interior de las bases de su cuerpo, que lo desarticulara de emociones y que lo hiciera pedirle réplicas constantes para que a cada rato lo estremecieran de nuevo.

Con la misión a cuestas, decidió deambular por la ciudad en silencio durante los días que fueran necesarios. Caminó por los parques en las horas más llenas de gente y observó con recato a las damas de su edad, alguna le resultó atractiva pero ninguna le provocó la conexión necesaria para que dejara su silencio y le dijera las palabras que guardaba para su princesa.

También se fue en la horas de almuerzo a algunos lugares siempre llenos, pero de corazones solitarios y escaneó algunas miradas, pero nada, nada de nada... y en medio de la búsqueda de su sueño realizó una pausa para visualizarlos. Para nutrirse de ideas ojeó revistas, vio mucha televisión y ejercitó su pulgar en el cambio de canales y hasta navegó por Internet.

Llegó a la conclusión de que le gustaría que la mujer de sus sueños tuviera ojos grandes, expresivos, con unas pestañas que tocaran el cielo con expresión de una risa. Además no le interesaba que fueran azules o verdes, más bien que cambiaran con la luz, fueran inolvidables y que cada vez que los observara se detuviera el tiempo porque su esplendor merecía ponerle pausa a cualquier momento.

Una promesa estaba clara: si lograba encontrarlos, como siempre lo pidió en por las noches en sus oraciones, se convertiría en su guardián, pues temía que cuando su dueña los cerrara para dormir, algún bribón podría tentarse a robárselos.

Pedía además el ausente de voz, encontrar un brillo de cariño, chispitas de picardía, así como una pizca de sensualidad y, no perdía las esperanzas. No importaba en lo más mínimo si tenía que esperar casi tres décadas para encontrarla, la espera valdría la pena...

Y un día cuando menos lo esperaba esos ojos entraron por la puerta de una oficina y alguien le dijo cómo se llamaba la dueña, con siete letras en su nombre, cuatro letras en su primer apellido y ocho en su segundo. Ella fue bendecida con los ojos más bellos que jamás logró ver, capaces de paralizarlo, de dejarlo sin habla.

Tanto le gustaron, que decidió pocas horas después conversar con ella y verla fijamente, para registrar su mirada en la memoria fotográfica de la eternidad, solo con el propósito de que cada vez que no la pudiera tener frente a frente, con solo cerrar los ojos, los suyos le iluminaran siempre, en todo momento; aún en la oscuridad, como lo hace un amanecer de dos soles en la mitad de febrero, el mes en que por primera vez le dio un beso.

Posteriormente tuvo el privilegio de ver la reacción de aquellos ojos en la vivencia de muchas cosas únicas: después de confesarle que se estaba enamorando, un segundo después de dedicarle una canción, cuando se vieron luego de que Ella se atrevió a enmarcar la belleza de sus ojos en un antifaz negro e inclusive cuando siendo tan bella, también le concedió alguna carcajada y dibujó felicidad... desde sus pestañas hasta lo más recóndito de sus pupilas con sabor a miel que cambian de tamaño, dilatando ilusiones.

Una vez que los ojos de Él se cruzaron con los de Ella, Él decidió siempre tenerlos cerca, incluso desea observarlos en momentos clave de su vida, en lo que vienen, en la visualización del mañana. Complementado se siente el protagonista, cuando lo lee con los ojos o la entiende con tan solo ponerle atención a su mirada, pues se trata del desarrollo de un lenguaje de dos, en los que se excluyen todos los demás. Al encontrar los ojos con los qué soñó desde siempre, decidió por fin dejar el silencio, era tiempo de hablar, de decir, de proponer y luego de pensar las primeras palabras que iba a decir, tomó aire, respiró, por supuesto, la vio a los ojos y dijo: “vale la pena desde el primer instante en que vi ese brillo tan único de tus ojos pues es capaz de reflejar la belleza de tu alma”.

1 comentario:

Karla dijo...

Diay si, cuidado pierde la Eugenia!

Yo no soy como muy romántica, mas bien un poco tosca, sin embargo si alguien escribiera algo así de mi, se me movería el piso un toque, los helados como que se empezarían a derretir!!! jajajaja

Jarocho, definitivamente hay amor en tu vida.

K.