sábado, 16 de agosto de 2008

El tigre que terminó siendo gato


Cuando se acude a la imaginación y se piensa en un tigre de bengala, definitivamente llega a la mente un felino feroz, ágil, de enormes y afilados dientes, un cazador empedernido y uno de las especies más imponentes del mundo animal. Es dueño de una piel incomparable con llamativas rayas negras, pero ante todo, entre sus características sobresalen sus rugidos estruendosos, capaces deforestar parte de una selva con solamente su poderoso sonido.

Sin embargo, el tigre de este cuento podría ser sin duda “el colmo de los tigres” por su particular mala suerte genética. Cuando abrió los ojos y vivió sus primeras semanas en compañía de su madre y sus hermanos cachorros era uno más de la manada, pero luego le pasaron dos situaciones poco usuales en la familia de estos felinos. Lo primero, es que nunca creció, ni superó su talla cachorrito, lo que le provocó la risa de sus cercanos y una batalla contra sí mismo para ganarse un lugar en la manada.

El singular tigre se convirtió en el mejor cazador ya que sus hermanos eran un poco torpes y perezosos a pesar de ser unos enormes ejemplares de notable belleza. A su tamaño de la talla “s gatito”, -mal vista entre los tigres mayores, por supuesto- se le sumó lo segundo que marcó su destino: cada vez que rugía con la mayor de las intenciones fieras propias de su sangre, chistosamente le salía algo así como un maullido de un gato con congestión nasal.

Su baja estatura y su rugido de poco calibre dispararon al máximo el poder de su autoestima, lo que inexorablemente lo catapultó como el líder del grupo. Pero en sus adentros, la tristeza lo tenía encerrado en una jaula del metal más duro y el tigre simplemente no entendía las razones por las cuáles la Madre Naturaleza le había impedido crecer al mismo ritmo y tamaño de sus similares. Siempre pensaba en eso cuando caminaba en medio de sus hermanos, quienes lo rodeaban en círculo y de manera literal lo eclipsaban cada vez que se dirigían a buscar a la próxima de las presas.

Su fama del cazador se extendió por la selva, por los lugares vecinos, por los países y por todo el mundo, pues nadie podía comprender cómo un tigre con tamaño de gato casero de ciudad podía vencer a animales que le cuadriplicaban sus dimensiones. Verlo saltar varios metros, subirse en el lomo de sus presas y morder de manera sigilosa el cuello era todo un espectáculo.

Pero en su cabeza se generaba un conflicto de confianza y desórdenes de personalidad. ¿Por qué en lugar de hacer grrrrrrrrrrrrrr de mis fauces sale este extraño miiiiiiiiiiiiiiiiaaaaaaaaaaaaaaaauuuuuuuuuuu? ¿Cómo serán esos gatos de ciudad con los que me comparan mis abuelos? ¿Por qué me falló la hormona de crecimiento? ¿A qué se deberá que luego de cazar me siento me siento más dócil? Sin duda eran demasiadas preguntas para un tigre, pero este tigre era único en su especie.

Su fama sobrepasó el mundo animal y llegó a los oídos el mundo de la especie humana, lo animales más extraños de la creación. El mito del “tigre enano” llegó como un zumbido a los oídos de Mister Charles Livingston, conocido como el magnate de los circos, quién decidió viajar desde la ciudad de Chicago hasta la India para comprobar con sus propios ojos aquella información que para muchos resultaba poco creíble.

Livingston había decidido cimentar sus nuevos espectáculos circenses con el entrenamiento de animales domésticos, pues decidió nunca más utilizar especies mayores o salvajes como los enormes elefantes o mismísimos tigres. Había logrado fama por actos como el pony trapecista, el perro chihuahua que tragaba cuchillos y los conejos patinadores. La idea de un tigre en cuerpo de gato o el gato que logró ser tigre le parecía simplemente espectacular para aumentar la venta de boletos. Los niños y sus familias se volverían locos.

Luego de investigar y finalizar un extenso camino de rumores, finalmente se colmó los ojos con cuando tuvo en frente a ese hermoso tigre, perfecto en su contextura, con unos bigotes realmente elegantes, con orejas picudas y una cola hermosa. El único detalle a destacar consistía en que la distancia entre el piso y la parte más alta de su lomo no superaba los 22 centímetros. Realmente sus patas tenían la altura de cualquier gato habitante de un tejado de ciudad.

Ni lerdo y ni perezoso, Mr Livingston se fue y regresó tan pronto pudo con el equipo humano y todo lo necesario para atrapar el mejor de los cazadores. La tarea no fue sencilla y salió mucho más que rasguñado para cumplir con su objetivo. El mister de los circos esperó el momento en que sus hermanos, -vagos como siempre- dormían con la panza llena luego de comerse un antílope.

El pequeño tigre por lo general era el último en almorzar, pues siempre vigilaba sus alrededores en búsqueda de olfatear cualquier peligro y se separaba un poco de la manada. Precisamente esa costumbre fue observada por Charles y finalmente el cazador resultó cazado, enjaulado, empacado y trasladado de su hábitat natural con techo de cielo a uno nuevo con techo de carpa de colores.

“Venga.... venga.... pase...., pase, ingrese a la carpa del maravilloso Circo Livingston y vea vivo, realmente vivo, al único tigre miniatura o al único gato que se transformó en tigre de bengala. Acérquese y óigalo rugir, véalo correr veloz, no se lo pierda... Pase, pase al circo de los animales domésticos, dónde ningún animal es maltratado” pregonaba a viva voz el maestro de ceremonias vestido con un smoking blanco con rayas rojas y un sombrero de copa azul rey. La fila era de casi un kilómetro.

La publicidad de boca a boca y los reportajes de expectativa en todos los canales, emisoras de radio y periódicos de Chicago provocaron un repentino resurgimiento en la industrial del circo en aquella ciudad que se había dedicado a entretenerse con otro tipo de entretenimientos. El magnate fue cauto, tardó más de tres meses entrenando al tigre de baja estatura, logró domesticarlo con buenos filetes, algunos vídeos acerca del comportamiento de los gatos caseros y una música ambiental en su jaula de un proyecto en el que algunos gatos maullaban al ritmo de temas clásicos.

Si ya el tigre tenía trastornos de personalidad, su autoestima lesionada, no entendía porque su rugido sonaba a maullido, ni las razones de su contextura pequeña, la idea de Livingston lo desubicó aún más y terminó casi hipnotizado por tantas imágenes, sonidos y cercanía de animales domésticos. Dicho de otra forma terminó siendo gato por mayoría de votos humanos, aunque lucía como un tigre que había pasado por error por un rayo láser de empequeñecimiento.

El circo estaba a reventar para la primera función, la de estreno. Las casi dos mil localidades se vendieron en pocas horas y la temporada del nuevo espectáculo sería un éxito de ventas. Toda la prensa estaba presente, pues nadie había visto al “gato-tigre” nadie excepto su descubridor y ahora entrenador.

Su acto era relativamente sencillo para un tigre, pero complicadísimo para una gato. Aparecería sobre un pedestal con un lazo en el cuello, el primer contacto con el público sería un discreto y corto miau en medio de la luz poderosa de un cañón de luz. Luego correría velozmente detrás de un ratón mecánico montado sobre los rieles de una esfera y luego obedecería algunas órdenes específicas de Mr. Livingston como tomarse una botella de leche, saltar en unos aros sin fuego y el espectacular cierre consistía en tararear un extracto de O sole mío a punta de maullidos.

Por más increíble que parezca, el tigre más extraño del mundo concluyó su acto. Dejó a todos con la boca abierta e inmutados por espacio de ochenta segundos, luego llegó el primero de los aplausos que sonó como una piedra en un pozo vacío y luego llegó una lluvia de aplausos. La ovación duró seis minutos.

Charles Levingston vio a su nueva estrella con ojos de avaricia y cada pelo del tigre desde esa noche valía un millón de dólares. Pero el éxito fue fugaz. En su jaula, el gato, más bien el tigre, el gato que se creía tigre, no, no, no el tigre que se creía gato... Bueno así de confundido se sentía el felino, quién en medio de las luces de la fama que se asomaban en su horizonte decidió huir, fugarse de aquel circo, de aquel humano que lo hacía comportarse de formas extrañas y él no era un cantante de óperas “miuausísticas”, más bien era el mejor de los tigres, el mejor de los cazadores de su familia... a pasar de sus pequeñito problema de crecimiento.

En la misma madrugada de su noche de éxito rotundo, el gato se armó de valor como todo un tigre y esperó la apertura de su encierro -cuando su mismo patrón lo alimentaba religiosamente-, a eso de las 4 de la mañana. Se hizo el dormido, tenía un ojo entreabierto y se dispuso a despegar como un cohete cuando escuchara el usual sonido de seguro de la puerta desplazándose en las manos de Levingston. Al oírlo, el tigre corrió, corrió y corrió, le pasó por encima a su custodio y no dejó de correr hasta que sus fuerzas lo detuvieron, precisamente sobre un techo de quizás uno de los barrio más finos de la ciudad de Chicago, su nueva y la más peligrosa selva.

Agitado al máximo se detuvo en un tejado y de la adrenalina acumulada logró finalmente un rugido estridente pero de corta duración. El sonido atrajo a los dueños del territorio, los dueños del techo de una de las casas más lujosas de vecindario. Se trataba de “los gatos panzones” conocidos en la comunidad gatuna de esa forma porque se alimentaban de los sobros de comida de algunas familias más adineradas de la zona.

Estos gatos eran comunes de la calle y por esas extrañas situaciones de la vida terminaron en el mejor de los techos. Se acostumbraron a comer todo lo que comían los humanos. Ellos eran seis en total, una manada con la misma cantidad de miembros que la de aquellos lejanos tigres que al igual que estos gatos eran bien, pero bien ociosos.
El tigre en el tejado le contó sus penurias a sus nuevos amigos, por suerte ya sabía hablar el idioma de los gatos, no con fluidez pero lo hablaba. Ellos le pidieron un momento para reflexionar, se reunieron en círculo y decidieron aceptarlo en la manada, en el techo y darle una vida encubierta bajo algunas condiciones.

La primera condición era que el tigre debería de cazarles ratones y otros insectos caseros, un manjar del que no disfrutaban desde hace mucho tiempo. Lo segundo, debería ser sigiloso al máximo para que nunca fuera visto nunca más por un humano y finalmente nunca debería rugir o maullar de nuevo como parte de la estrategia para ocultar su identidad. A cambio, los gatos panzones siempre lo ocultarían en medio de sus voluptuoso cuerpos. También se prometerían ser una familia en las buenas y en las malas a partir de cerrar el pacto de fidelidad, mismo que consistía en estampar una huella en la mitad del techo de su pata izquierda. Todas las siete patas tenían las mismas dimensiones y una forma parecida,

La única exigencia del tigre consistía en que le ayudaran con sus cuerpos para volverse invisible a los ojos de su domador, Mister Charles Levingston pues nunca más volvería a aquel circo.

Pasaron un par de semanas y el magnate de los circos nunca se dio por vencido en la búsqueda pues el público estaba ansioso por ver de nuevo al tigre que era gato. Pero el tigre nunca más lo complacería.

El dueño del circo estuvo bajo el tejado de los gatos panzones, inclusive divisó a los gatos y lo único que escuchó fue un concierto de maullidos, incluidos los miau del tigre que ahora era invisible para los humanos gracias al camuflaje de sus nuevos hermanos, el mismo que decidió ser uno más de los gatos panzones, a pesar de ser el tigre más pequeño, más veloz, el mejor cazador, pero ante todo el tigre más insólito y peculiar de todos los tigres de la historia de los felinos.